sábado, 10 de octubre de 2009

Lágrimas en Hacienda.

De las muchas declaraciones que hice cuando trabajé en la Agencia recuerdo especialmente una.
Era una mujer, de unos treinta años, demasiado delgada pero bella, vestida de negro y de aspecto triste. En seguida me di cuenta de que si era absurdo que yo estuviera allí, lo de ella colmaba medida. Pero nos pusimos al tema.
Al rato las lagrimas rodaban por sus mejillas mientras yo le preguntaba sobre los pormenores de su vida fiscal. Un rato después ya me temblaba la voz al tratar los rendimientos del capital mobiliario y no pude evitar preguntarle sobre su congoja.
Se le había muerto su chico hacía poco y sencillamente no lo podía soportar. De forma cruel y suficientemente lenta, como diseñado para darse absolutamente cuenta. ¡Cómo no comprenderla si se explicaba con el alma!
Además, para completar el absurdo, esta circunstancia complicaba la declaración porque ya se sabe que las muertes tienen curiosos y particulares intereses fiscales en este humano mundo en que vivimos.
Completé su declaración en dos minutos con una resolución clarividente y pasé a intentar el consuelo.
Y allí estuvimos unos minutos, yo intentando resolver lo imposible y ella esperando el descanso que de vez en cuando el dolor nos presta.
Cuando se fue, se me acercó mi jefe que algo raro había visto en la entrevista (quizá que no es del todo corriente coger a los contribuyentes de la mano) y me preguntó:
-¿Todo bien?
Y como él era gilipollas y el contrato temporal y de tres meses le contesté:
- Sí Ramón, ya sabes, como siempre, de puta madre.

2 comentarios:

  1. Estimado Pepe Contracorriente
    Yo he pasado por algo parecido a lo que tu cuentas
    y al cabo del tiempo solo queda un recuerdo.
    O como dirías tu, solo un puto recuerdo.
    (no te lo tomes mal, es una broma)
    Besos.
    Anabel.

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  2. Guardo tus besos en el cajón de los buenos recuerdos (y que conste que he dicho cajón).
    Montoncito de suerte para ti.
    Pepe.

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