sábado, 15 de agosto de 2009

Demasiadas películas vistas.

Recuerdo que cuando tenía quince años si me encontraba con alguien de la edad que ahora yo tengo, me parecía un viejo, por no decir un puto viejo que no me lo parecía. Ahora cuando miro aquél chaval quinceañero que debí ser, ni siquiera sé si se parece a mí.
Los cambios en la edad suceden paulatinos pero, de tanto en cuanto, cristalizan. Y entonces nos establecemos mayores. A veces son los demás los que marcan el cambio como las primeras veces que te llaman señor o te tratan de usted, otras son las normas con sus tramos de números que uno sucesivamente abandona, otras algún cabroncete o cabroncilla que se cansa de la fiesta, busca las bragas y se va sin despedir.
Las funciones que realizamos también varían. Primero se es hijo y se tiene padre y abuelo. Luego normalmente se pierde el abuelo para, posteriormente, ser padre y tener hijos y así poder perder el padre y a lo mejor ser abuelo. En definitiva, cada vez más cerca de primera línea de fuego.
Yo no tengo miedo al final por dos razones: La primera porque tengo intención de vivir eternamente y de momento, la cosa funciona y la segunda, porque ya conozco el final.
Siempre pone The End.

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