miércoles, 12 de agosto de 2009

El bueno de Mariano.

Hacía tiempo que no visitaba el pueblo y el domingo me di una vuelta por Chascarrillos. Tenía intención de dar unos paseos camperos pero hacía un calor del copón cuando llegué y además era la hora del aperitivo. Me decliné por el bar. Y allí estaba Mariano.
Mariano es agricultor, ya no cumplirá los sesenta, carga un tanto al lado zurdo y está soltero. Sé que frecuenta el servicio profesional pero no le gusta hablar de ello.
Cuando tuvo edad de decidir vocación le tentaron para la benemérita pero le salvó, vamos a decir, el buen gusto. Empezó atendiendo las cuatro tierras de su padre y cuando la masa fue abandonando el pueblo se hizo con una cartera de tierras de labor que ahora no da abasto a atender. Lleva tiempo jubilándose un día de estos.
Tiene un ojo de cristal. El anterior lo perdió en una apuesta. Cuando hablo con él nunca me acuerdo de cuál es cuál y me hago la picha un lío. Acabo fijando la vista en su entrecejo.
No tiene complejos para con gente de la ciudad. De vez en cuando se acerca a Madrid a visitar a una hermana y dura poco por allí. Dice que le cansa.
Normalmente empezamos hablando del tiempo, en especial de lo que llueve, que siempre son cuatro gotas. La cosecha también siempre es regular.
Metemos mano al ladrillo. Le pregunto cuál es la razón, según él, de que los pisos no se vendan.
- Ninguna. Lo que pasa es que no se compran.
- Vale, correcto, me corrijo.
- Y entonces ¿por qué crees que no se compran?
- ¡Coño, porque no se necesitan!
- Y entonces, ¿por qué se compraban antes?
- Por puro vicio, Pepe, por puro vicio.
- ¿Sigues sólo Mariano?
- Sí, como tú, inevitablemente.
Mariano desde chavalillo hizo de la necesidad, virtud. Por eso sólo va de putas los viernes, aunque sean de Cuaresma. O mejor debería decir que va de puta porque, según me han contado, siempre es con la misma.
Y nunca se la lleva a casa, aunque podría.

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