sábado, 8 de agosto de 2009

No tengo arreglo.

Pitágoras ha llegado a la ciudad. Lo encuentro cocido sujetando barra en el bar que también frecuenta Arquímedes. Me lo presenta, parece majo y hablador.
Me cuenta que desde que le dejó su chica, una preciosa nubia rubia de diecinueve, no levanta cabeza. Y ni siquiera la había terminado de pagar. Con su famoso teorema triangular había juntado algunos dracmillas que le proporcionaron la entrada para la chica de marras. Notando que el asunto se pone tierno cambiamos el tercio y pedimos unos cacharros.
Ahora está con un tema nuevo. Pretende asociar a cada ángulo unas razones en función de los catetos y la hipotenusa de un triángulo rectángulo, seno, coseno y tangente me dice que las ha nombrado, quizá en recuerdo de la africana. Le cambia la cara mientras me lo cuenta olvidadas ya las penas.
Incluso le ha puesto nombre a la nueva ciencia asociada, Trigonometría. Le aconsejo que registre el nombre cuanto antes por aquello de los buitres tradicionalmente abundantes en Hispania. Se descojona.
Tiene los cálculos para cero, treinta, cuarenta y cinco, sesenta y noventa grados y algunas bonitas relaciones entre las razones. Está que se sale.
-¿Y para veinticinco?, le pregunto.
- ¡Joder, para veinticinco, la cosa está jodida!
- ¿Y para diez, veinte o cuarenta?
- ¡Estoy en ello, estoy en ello, me estoy currando algunas fórmulas más y una tabla!
- Vale, vale, que todo tiene su aquél, le digo para suavizar.
Cuando se marcha Arqui, que entra a las seis en su curro de pocero, decide irse con él porque dice, también tiene que madrugar.
Y me quedo sólo sumergiendo los hielos con los dedos en el alcohólico fluido. Luego los saco y dibujo triángulos en la barra.
Creo que otra vez la he cagado.

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