Imaginemos por un momento que te gusta ver las bragas de las niñas y, como no podría ser de otra manera, seamos razonables.
Primera posibilidad. Eres una niña. Pues nada, te ves las bragas y no hay más que hablar.
Segunda posibilidad. Eres un niño. Dos posibilidades tienes. Una, funcionar a base de tirar sacapuntas o posicionarte estratégicamente en el recreo y dos, convencer a una niña que te enseñe las puñeteras bragas (que algo te costará porque las niñas son muy suyas con sus bragas).
Tercera posibilidad. Eres adulto. La primera posibilidad es hacerte guardia civil y dedicarte a la persecución de la pederastia. Con la excusa, verás bragas de niñas. No te lo aconsejo. La segunda es hacerte Dios o, lo que hoy es parecido, tener suficientes pelas para pasarte por el forro de los cojones todas las putas leyes. Entonces, no sólo podrás ver bragas de niñas, sino comértelas crudas si te pone.
Esto es lo que tienen los sistemas democráticos, que los temas están regulados. Y la cosa va de puta madre.
Primera posibilidad. Eres una niña. Pues nada, te ves las bragas y no hay más que hablar.
Segunda posibilidad. Eres un niño. Dos posibilidades tienes. Una, funcionar a base de tirar sacapuntas o posicionarte estratégicamente en el recreo y dos, convencer a una niña que te enseñe las puñeteras bragas (que algo te costará porque las niñas son muy suyas con sus bragas).
Tercera posibilidad. Eres adulto. La primera posibilidad es hacerte guardia civil y dedicarte a la persecución de la pederastia. Con la excusa, verás bragas de niñas. No te lo aconsejo. La segunda es hacerte Dios o, lo que hoy es parecido, tener suficientes pelas para pasarte por el forro de los cojones todas las putas leyes. Entonces, no sólo podrás ver bragas de niñas, sino comértelas crudas si te pone.
Esto es lo que tienen los sistemas democráticos, que los temas están regulados. Y la cosa va de puta madre.
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